“La flora rioplatense es muy rica en diversidad y en su valor asociado al uso medicinal”

La bióloga argentina Mariana Costaguta, explica los alcances de las plantas medicinales no sólo desde un costado técnico, sino desde la trama social y cultural. Las especies que existen en los balnearios de Santa Ana y El Ensueño, en el departamento de Colonia, sus posibles usos, el desafío de identificarlas y preservarlas, y una misión a futuro: realizar un inventario.

Hace un año, la bióloga Mariana Costaguta dio un taller para vecinas y vecinos interesados en las plantas medicinales. Organizado por la Asociación Civil Amigos del Bosque, agrupación que trabaja para la conservación del bosque de la zona, el encuentro sucedió en la Taberna das Artes, en El Ensueño, e incluyó la realización de un recorrido por las calles del balneario. El objetivo de la caminata era convertir lo que se había transmitido de manera oral en algo concreto, tangible. Darle práctica a la teoría. Nadie tuvo que caminar mucho: en menos de 200 metros, Mariana y las personas que la acompañaban encontraron más de 20 especies de plantas de uso medicinal. Fue la manera más didáctica de advertir algo: la naturaleza –en este caso, el bosque de Santa Ana y El Ensueño– ofrece mucho más de lo que recibe.

“Quería poner en valor los saberes locales”, explica Costaguta, investigadora y vice coordinadora de la red TRAMIL. “Pero además –agrega– había un objetivo encubierto que no era biológico: el reconectar con la memoria”. La caminata generó, casi al instante, que aparecieran historias olvidadas en cada una de las personas que estaba ahí: el recuerdo de cómo curaba heridas una abuela, o cómo un padre preparaba un té para determinados síntomas. La memoria vaciada le dejó espacio a la memoria resurrecta.

 —¿Con qué saberes por parte de la comunidad te encontraste en ese taller?

—Pasó algo muy valioso y muy lindo. Porque la gente que aportó más conocimiento era quizás la más temerosa a hablar, la que socialmente está más relegada. Al comienzo esas personas no hablaban. Pero cuando el facilitador de determinados conocimientos sobre las plantas, que en ese caso era yo, distribuía la palabra y afirmaba lo que ellos decían, ahí sentían el valor del protagonismo. Después todo fluyó: ellos iban adelante y les contaban a los demás “esto sirve para tal cosa”. La llave, en definitiva, está en la propia sociedad.

 —¿Qué tipo de flora de uso medicinal puede encontrarse en esta región de Uruguay?

—La flora rioplatense es muy rica para ese uso. Tiene una flora endémica y una flora local propia del ecosistema que es muy abundante. Hay flora ribereña, otra más de bosque y otras de pastizal, y cohabitan con otras especies que han sido cultivadas o que están naturalizadas en el entorno.

—¿Cuáles serían esas especies?

—La carqueja, la sombra de toro, el llantén, mentas, bardanas, dientes de león, higueras, moras por citar algunas. Identificando esa flora y aprendiendo cómo reproducirla y cómo cuidarla, tranquilamente uno podría trabajar en el intercambio de saberes, en el uso seguro de esa flora y en la elaboración de un botiquín familiar para primeros auxilios. El llantén, como casi todas las otras plantas, presenta usos según la parte de la planta. Por ejemplo, si se cuecen las hojas pueden aplicarse para buches y reducir aftas y boqueras. En uso tópico, facilitan la cicatrizacion de la piel ante un corte o una herida. Pueden hacerse pomadas o ungüentos también. Si usamos sus semillas aportan mucílagos: luego de hidratar y filtrar pueden beberse y mejorar el ritmo intestinal. Otro ejemplo es la carqueja, que crece en los bordes de las calles en Santa Ana y es una plantita amarga reconocida por sus propiedades hepatoprotectoras en infusiones.

 —Luego de la identificación de la flora, ¿qué sería lo más fácil y qué lo más difícil a la hora de elaborar ese botiquín que mencionás?

—No es solamente identificar la flora, para eso podés traer a un especialista. Lo más interesante tiene que ver con la cultura que reproduce ese saber. Hoy en día lo que está roto es la transmisión de esos saberes. Por eso creo que la biología o los conocimientos sobre plantas o plantas medicinales no corresponden con el área de un especialista, sino con un trabajo más político que tiene que ver con la decisión de rearmar esa trama social y ambiental.

 —¿Por eso decidiste trabajar en la recuperación del conocimiento del uso medicinal de plantas silvestres?

—Tiene que ver con una circunstancia que viví mientras estudiaba biología. Era joven y participaba como voluntaria en una ONG ecologista que tenía un programa sobre salud y plantas medicinales. En el marco de ese programa, acompañé al grupo a una comunidad campesina en el norte de la provincia de Santa Fe, en Argentina. Si bien yo iba a hacer ejemplares herbarios sobre lo que ellos usaban en el monte, me fui dando cuenta de que la gente al hablarme de las plantas hablaba de su salud, de su manera de cuidarse, de cómo prevenían enfermedades. Ahí me surgió el interés por los usos medicinales que la gente le daba a las plantas.

 ¿Qué aporta a las personas el conocimiento de la flora que las rodea en el lugar que habitan?

—Creo que eso depende del marco cultural en el cual ese conocimiento se asienta. Hay conocimientos por tradición, que se pasan de generación en generación dentro de una cultura. Pero también hay conocimientos más circunstanciales, de época, que tienen que ver con algunas cuestiones que se fueron modificando en los últimos años, como el cuidado en las dietas, la onda verde, las prácticas de medicina alternativas. Me interesa mucho el conocimiento de la flora, no sólo en términos medicinales, sino de un modo más integral: a veces las plantas no se usan sólo porque sirven como alimento o como medicina, sino porque son parte de espacios comunitarios, a veces sagrados, que ayudan a conservar la flora y reproducir una matriz social. Me interesa mucho porque las comunidades que de manera tradicional usan las plantas no las tienen enlazadas de una manera biologicista, sino dentro de sus concepciones de mundo, de tiempo o de historia. Encierran esa fuerza.

 ¿Cómo se puede expandir o divulgar este conocimiento para que sea aprovechado por la comunidad?

—La difusión de estos conocimientos tiene que ser muy cuidadosa porque si vamos a enfocarnos en el uso medicinal, la identificación correcta de la planta usada no alcanza. Hay que saber qué parte se usa, cómo y en qué momento se cosecha, cómo se seca, cómo se prepara, qué cantidad de planta hay que poner para determinado preparado, si ese preparado se puede usar durante muchos días. La mejor manera de divulgarlo es en la práctica, en el compartir el cultivo, en el generar jardines de flora medicinal local, trabajar en forma de taller, compartir recetas o generar recetarios populares. No alcanza con que una persona diga “esta planta se usa así”. En la medida en que en los talleres unos afirman algo y otros lo fortalecen, no solamente se da un intercambio, sino que se reafirma la seguridad en el uso de la flora.

 ¿Cómo deberían ser, a tu entender, las políticas públicas en esta área?

—Hay una diversidad de experiencias muy importantes tanto en América del Sur como en otros continentes. Lo más importante en una política pública es que esté adecuada al contexto social que la sustenta. En Brasil, por ejemplo, se generan cultivos que luego el Estado compra a pequeños productores. A nivel público se fabrican medicamentos en base a hierbas que luego son dados a las personas en el marco de la atención primaria de la salud. Está el modelo cubano, en donde generan de manera pública medicamentos que tienen dentro del sistema de salud. Hay otras modalidades. Se puede trabajar de forma comunitaria sin necesidad de generar medicamentos en el formato más farmacéutico. O se puede trabajar con jardines locales y generar pequeñas cartillas o manuales que transmitan el uso temporario de infusiones, jarabes sencillos, ungüentos, siempre en diálogo con los equipos de salud locales.

 —¿Cómo afecta, específicamente a la flora medicinal de Santa Ana y El Ensueño, la tala y poda indiscriminada?

—La tala, como cualquier otra intervención, va generando una distribución de nichos. Y las especies que habitan o llegan van reproduciéndose en función de esas variables. Las intervenciones, ya sean a favor o en contra, sin dudas que afectan. Pero cómo nunca se hizo un inventario de la zona, es difícil saber cuánto o cómo afecta.

 —¿Confeccionar un inventario tendría que ser un objetivo de mediano plazo?

—Sin dudas. Generar un inventario florístico, no solo arbóreo. Porque no se trata solo de los árboles: se trata de la vida, en el sentido más amplio de la palabra. Entonces, habría que generar un estudio no sólo de plantas o árboles; también de aves, hongos, insectos, arañas.

¿Por qué elegiste Santa Ana como lugar para vivir?

—Santa Ana me pareció un refugio. Un lugar social, ambiental, de tranquilidad, que me atrae. Que me encantaría poder cuidar y donde también poder brindar los conocimientos que he recogido a lo largo de mi vida.

Por Agustín Colombo
Periodista del diario Perfil y de la Revista Cítrica, en Buenos Aires.